07 noviembre 2008

Narrativa breve... ¿o puros cuentos?

Ahora me dirijo a ti, lector que casualmente naufragaste en nuestro humilde -en vías de desarrollo- espacio. Me alegra que nos leas; a cambio, te comparto una muestra de verdadera literatura, que obviamente no es nuestra, si no de dos grandes. Todo esto en caso de que realmente haya alguien ajeno a nosotros atendiendo a estas líneas, y de no ser así, pues hola tú, sí, tú ¿qué te está pareciendo el blog?
Como verás, aquí ya nos entró el
necro-feeling, así que hoy te lees un cuento del celebérrimo escritor japonés:
Ryunosuke Akutagawa (1892-1927), quien fusionó en su obra el estilo de la literatura japonesa antigua con las influencias de la narrativa europea de su época. Disfrútalo, espero tus impresiones... y al rato te enseño otro cuentito, que probablemente ya conozcas, para entrar en calorsito.


En el Bosque

Declaración de un leñador interrogado por el oficial del Kebiishi:
-Sí, señor, es verdad; fui yo quien encontró el cadáver. Esta mañana, como de costumbre, había salido a cortar leña y encontré al muerto en el bosque que está detrás de la montaña. ¿El lugar exacto, dice usted? Pues, a unos ciento cincuenta metros de la carretera a Yamashina. Es un lugar solitario, poblado de bambúes, con algunos cedros entre ellos.
El cuerpo estaba tendido de cara al cielo; vestía un kimono de seda violáceo y llevaba un gorro al estilo Kyoto. Una herida de katana le atravesaba el corazón, y las hojas de bambú que lo rodeaban estaban teñidas de rojo. No, no perdía más sangre en ese momento. Creo que la herida estaba seca; un tábano, de tan pegado que estaba a ella, ni siquiera sintió mis pasos.
¿Si vi alguna katana o algo parecido? No, no vi nada de eso, señor. Solamente encontré una cuerda junto al tronco de un cedro que había cerca el cadáver. Y..., ah, sí; también junto a la cuerda había un peine. Eso fue todo lo que vi. Daba la impresión de que ese hombre había luchado antes de ser asesinado, porque las hierbas y las hojas que había a su alrededor estaban bastante pisoteadas.

-¿Había algún caballo cerca del lugar?
-No, señor. Es un lugar inaccesible para esos animales; está separado de la carretera por un bosque de bambúes.

Declaración de un sacerdote budista interrogado por el oficial del Kebiishi:

-Es cierto. Ayer me encontré con el desdichado hombre. Ayer ... sería cerca del mediodía. El lugar es la carretera que conduce de Sekiyama a Yamashina.
El hombre caminaba en dirección a Sekiyama acompañado por una dama que iba a caballo. No alcancé a ver el rostro de esta dama pues lo llevaba cubierto por un velo. Únicamente pude ver el color de su kimono, que era lila claro. El caballo era un alazán de finas crines. ¿La estatura de la dama?... algo así como un metro y medio. Como sacerdote, no estoy habituado a fijarme en esos detalles. El hombre iba armado con katana, arco y flechas. Particularmente recuerdo la aljaba negra, donde llevaba unas veinte flechas.
No podía imaginar que a ese hombre le aguardara semejante destino. En verdad, nuestra vida es comparable al rocío del alba o a un destello fugaz. ¡Lamento tanto la suerte de ese hombre que no encuentro palabras para expresar mi sentimiento!

Declaración del policía interrogado por el oficial del Kebiishi:

-¿Quién es el hombre que arresté? Es el famoso bandolero Tajömaru. Cuando procedí, él había caído del caballo, y gemía echado sobre el puente de Awataguchi. ¿Cuándo? Fue en las primeras horas de anoche. Recuerdo que aquella otra vez en que fracasé al intentar arrestarlo, también llevaba ese kimono azul y esa larga katana. Esta vez, como ustedes ven, lleva además arco y flechas. ¡Ah! ... ¿De modo que el arco y las flechas son iguales a los del muerto? Entonces es seguro que este Tajömaru es el asesino. El arco enfundado en cuero, la aljaba negra y las diecisiete flechas de pluma de halcón, seguramente eran del samuraí. Sí; el caballo era, como usted dice, un alazán de finas crines. Pastaba cerca del puente, con las riendas sueltas. Seguramente por una ironía del destino, Tajömaru fue arrojado por el mismo caballo que robó.
Este Tajömaru es el mujeriego más famoso entre los bandidos que merodean por la capital. El año pasado una creyente y su criada fueron asesinadas en un monte, detrás de la estatua de Píndola del Templo Toribe, y se rumoreó que había sido obra de este bandido. Si es Tajömaru el asesino del samuraí, vaya uno a saber qué ha sido de la dueña del alazán.
Si se me permite una palabra, sugiero la conveniencia de averiguar la suerte que corrió la dama.

...
(ya vas casi a la mitad, pero mejor síguele acá
)

No hay comentarios:

Publicar un comentario