Busco tu mirada perdida entre oscuros semblantes distraídos, hasta que se escabulle de las sombras y coincide con la mía. Mandas sutilmente una señal y yo me alejo de aquella multitud de extraños. Te espero. Un beso precipitado, apasionado, me revela tu presencia. La oscuridad nos disfraza. Y con la complicidad de un sinnúmero de rostros huecos, reconocemos nuestros cuerpos. El estrépito ajeno nos olvida, disimula bien el ímpetu de nuestras palabras, el rugido de nuestros pechos, la colisión que tanto y siempre ansiamos. Nos permite amarnos. Un silencio repentino nos detiene. Otra bocanada de tus labios. Este céfiro enfurecido, se desliza por las orillas de tu cuerpo, atizando con el abraso de tu aliento un carbón dentro del pecho.
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